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Deconstruyendo delicias

La carta que acabo de recibir de Doñana, explicando por que no viene al café de los martes después de la clase:

" Amiga, siéntome como quien llevó una paliza, por eso no puedo acudir a nuestro encuentro esta tarde. Te cuento, para que puedas ponerte en mi piel.

Para empezar, el profe es demasiado catalán y habla con un montón de expresiones que no entiendo. Tu me conoces! Sabes lo mucho que me enfada no comprender lo que sea! Pero ojalá fuera este el principal problema. Qué va! Lo peor son los animales. Todos. Incluso aquél que me habita.

Quieres detalles? Te los doy.

Tú sabes que, para mejor evaluar la calidad de los ingredientes, hay que olerlos muy de cerca, verdad? Pues imagínate acercando tu nariz a la cabeza abierta de un rape! Sí, así empezamos la clase de hoy, con la cara metida en las entrañas de un pescado. Menos mal que lo ha limpiado el mismísimo profe, porque la clase de hoy no era práctica – pero sí lo será la del próximo martes. Y me va tocar a mí limpiar el rape. Dios!

Del mundo marino pasamos a los animales con plumas y patas. En este momento, admito, llegué a creer que me encontraría un poco más a gusto. Pero lo que pasó, mi amiga, fue todo lo contrario. Al fin y al cabo me di cuenta de que la cocina no es un lugar razonable.

Sino, me puedes explicar por que alguien elige destrozar una codorniz, ya tan pequeña, quitarle los huesitos y transformarla en algo que ni de lejos se parece al original? Yo no lo entiendo, porque a mí lo que más me gusta en la codorniz es exactamente su forma!

Por si fuera poco, el profe nos presentó un conejo. Muerto, muy muerto, pero más parecía vivo: entero, con la cabeza bien atada al cuerpo, todas las vísceras dentro y los ojos bien abiertos. Bueno, eso fue cuando empezaron los trabajos, porque al final ya nada se encontraba en su sitio y sólo podíamos reconocer el conejo por los ojos – todavía abiertos!

Y sabes que es lo peor? Es que ya sé que me voy a acostumbrar con toda esa carnicería. Y no tardará a ocurrir. El próximo martes, con el cuchillo en mis manos, ya no me importará si aquello delante de mí es un conejo, una codorniz o un horrible rape gigante. Lo miraré en los ojos, abiertos o no, y sólo veré un bello ejemplar de carne blanda y sabrosa que podré convertir en dos o tres manjares. Y después de destrozarlos, limpiaré la sangre del cuchillo en mi delantal con la frialdad de un serial killer.

Entiendes, amiga, por que me siento ahora mismo como quien acaba de pasar por una picadora de carne? Y vamos que la deconstrucción apenas ha empezado!

Doñana"

Hay más. El calamar. Ya has limpiado uno? Te lo aseguro: no hay nada más asqueroso en el mundo de la cocina. Hay que cogerlo muy fresco, casi vivo, quitarle la cabeza y meterle la mano dentro para sacarle la gelatina pegajosa que se oculta en sus tripas. Madre mía! Por que no podemos simplemente comprarlos limpios y cortaditos? Ya ves, el mundo de los pescados, en definitivo, no es el mío.

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